Si algo queda claro tras leer 33” y una Eternidad es que M.A. Olaya ha llegado para quedarse. Con un debut literario que combina ciencia, suspense, amor, sexo y una buena dosis de drama humano, nos entrega una historia que no solo entretiene, sino que conmina al lector a pensar más allá de lo evidente. Es una novela que te engancha rápido, te mantiene alerta y, cuando menos te lo esperas, te deja reflexionando sobre cuestiones profundas.
Desde el principio, Olaya construye un futuro que se siente inquietantemente posible. Imagínate un mundo donde el descubrimiento de una fórmula matemática definitiva pueda desequilibrar el poder, la convivencia pacífica y, en última instancia, el destino de la humanidad. ¿Te parece un argumento de ciencia ficción pura? Sí, pero cuidado: el autor lo hace tan creíble que empiezas a plantearte hasta dónde seríamos capaces de llegar si esto ocurriera mañana mismo. Además, las ciudades y los paisajes que describe no son solo escenarios; son aditivos silenciosos que contribuyen a la tensión de la historia.
Ahora hablemos de Matt y esa chica misteriosa que tan bien está representada en la portada del libro, mirando un cronómetro que se desliza, impertérrito, a lo largo de una Eternidad; nuestros protagonistas. Este tipo no es el héroe tradicional. No. Pues, ni por asomo, tiene respuestas para todo. No es invencible y, desde luego, no está libre de culpa. Es un hombre con cicatrices, atrapado entre su pasado y un futuro que le exige respuestas a gritos. Ella es una luchadora presa de su pasado marchito y triste desde un nacimiento desafortunado. Jamás nadie le dio una oportunidad honesta. Y ahora se ve encerrada en una persecución cruel sin ella quererlo. Lo interesante aquí es cómo Olaya equilibra la acción con los momentos más introspectivos: no es solo Matt y ella enfrentándose a obstáculos pertinaces, sino también su particular pelea contra sí mismos. Y eso, señores y señoras, es lo que convierte a un buen protagonista en uno memorable. Matt y la chica misteriosa se convierten en personajes memorables.
Otra virtud que hace brillar a 33” y una Eternidad es su ritmo. La novela avanza sin prisa pero sin pausa, y cada capítulo deja una semilla que inevitablemente germina más adelante. Giros inesperados, revelaciones impactantes y escenas cargadas de tensión mantienen la trama en movimiento, pero lo mejor es que nunca pierde de vista a sus personajes. Olaya no olvida que, aunque las grandes preguntas muevan la historia (también las pequeñas preguntas son importantes), son las personas las que realmente nos importan.
Y ahí está el corazón de este libro: las preguntas. Porque más allá del thriller o la ciencia ficción, esta novela nos enfrenta a temas universales. ¿Qué haríamos si tuviéramos en nuestras manos el poder de cambiar el destino? ¿Qué estaríamos dispuestos a sacrificar? ¿Será el humano capaz de emular a la naturaleza? 33” y una Eternidad no te obliga a responder, pero sí a pensarlo, y ese es el tipo de literatura que deja huella.
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