Hablar de En un año de estaciones es como meterse en un torbellino emocional que no te suelta. Es uno de esos libros que no solo cuenta una historia, sino que te sacude, te cuestiona, te invita a mirar dentro de ti mismo, aunque a veces duela. Paula Caler nos lleva de la mano (o más bien nos arrastra) a través de un viaje cargado de amor, desamor, heridas y reconstrucciones, todo contado con una sinceridad cruda que resulta, a ratos, desarmante.
Desde el prólogo, Caler no se anda con rodeos. Te lanza directo a un universo lleno de simbolismo, donde cada frase tiene peso y cada emoción deja marca. No esperes una narración sencilla ni una historia convencional. Esto es más bien un puzle emocional, con piezas que revelan lo más oscuro, lo más luminoso y lo más contradictorio del corazón humano. Es un libro que no tiene miedo de meterse en los rincones más incómodos del alma, esos que preferimos no tocar. Y lo hace con un estilo que es pura poesía: denso, intenso, a veces abrumador, pero también hipnótico y profundamente hermoso.

Lo que hace único este libro es su prosa, tan cercana a la poesía que casi puedes escucharla latir. Cada capítulo está envuelto en las estaciones del año, como si el clima y el tiempo fueran un reflejo de los altibajos emocionales de los personajes. Paula Caler juega con las metáforas y las imágenes naturales —el viento, la lluvia, las estrellas, la nieve—, y convierte cada escena en algo casi táctil. Pero no te voy a mentir: no es una lectura fácil. Hay momentos en los que el ritmo pausado y la densidad de las emociones pueden resultar un desafío. Es un libro para saborearlo poco a poco, no para devorarlo de una sentada.
Ahora, hablemos de lo que más me impresionó. Lo mejor de En un año de estaciones es cómo logra capturar la dualidad del amor. Paula lo muestra como lo que realmente es: un arma de doble filo, capaz de sanar pero también de destruir. Aquí no hay finales de cuento de hadas ni promesas vacías. Es honesto, crudo, real. Nos enseña lo complicado que es amar cuando uno está roto, cuando buscamos en el otro algo que quizás ni siquiera tenemos para darnos a nosotros mismos. Y eso, aunque doloroso, resulta tremendamente humano.
¿El único pero? A veces la intensidad de algunos momentos es tan fuerte que puede volverse abrumador o incluso repetitivo. Pero, al mismo tiempo, es precisamente esa intensidad la que hace que el libro deje huella.
En un año de estaciones no es para todo el mundo, pero si te animas a enfrentarte a sus páginas con el corazón abierto, es probable que encuentres algo que resuene contigo. Paula Caler ha escrito un libro que no solo lees; lo sientes, lo vives. Y sí, duele, pero es un dolor del bueno, de ese que te recuerda que estás vivo. Es una lectura que invita a perderte para encontrarte y, si te dejas llevar, puede que incluso te ayude a sanar.
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